MONTE OLIVETTO. En un pequeño restaurante familiar
junto al Monasterio, en medio del bosque, comimos la mejor
pasta fresca artesana, con verduras y pecorino.
Tan solo nos acompañaron los sonidos de las hojas,
de los pájaros y el silencio...
Degustamos dos vinos: uno de Monteriogioni
y por fin, el tinto y apreciado Brunello.
El trato generoso y atento del propietario nos dejó un delicado recuerdo.
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